Mujer y poder
“El gesto político de Michelle Bachelet carece de antecedentes en nuestra historia. Implica e impulsa una plataforma de diálogo social, ubica a la mujer en el lugar igualitario que buscó ese primer feminismo político anclado en el deseo de democracia.
Nación Domingo
Diamela Eltit
Con los nombramientos de su equipo de trabajo, la Presidenta Michelle Bachelet instaló su voluntad de equidad entre hombres y mujeres. Esta decisión histórica marca una pauta nueva de administración del poder no sólo entre sexos, sino también un modelo que inaugura una relación sociopolítica entre mujeres.
Históricamente, la llamada dominación masculina se ha sustentado desde una tecnología que promueve la fragmentación de lo femenino y, más aún, el antagonismo entre mujeres. La cultura le adjudicó a la mujer la envidia como una de sus características “esenciales”. Una envidia operada entre mujeres de manera lineal y múltiple: a la belleza, a la seducción, a la inteligencia, a la juventud, entre otros aspectos. De esa manera, la superficie social instala, como condición recurrente, una competencia agresiva que inevitablemente conduce a quiebres y desconfianzas entre los diversos grupos e impide gestos y gestiones que conduzcan a una solidificación social de la mujer en los espacios públicos.
Por otra parte, el acceso a los sitios de poder (manejados tradicionalmente por lo masculino) agudiza esta fragmentación en la medida que los cupos para mujeres han sido censados y adjudicados por hombres.
No hay que olvidar, sin embargo, que el sistema se sostiene, en parte, gracias a la fragmentación de todas y cada una de las minorías, quienes en su descampado y en situación de acoso rompen sus propias plataformas y, de esa manera, colaboran en la perpetuación de los poderes tradicionales.
En este sentido es frecuente que se aluda a una masculinización en la relación mujer-poder. Sin embargo, este estereotipo es también una falsa construcción, porque, en definitiva, el poder simplemente se ejerce (siguiendo a Michel Foucault) en tanto poder y, por lo tanto, se traza en la elección de formas y métodos contenidos en el mismo ejercicio de poder. De esta manera, la relación mujer-poder puede ser analizada bajo un idéntico prisma que la relación hombre-poder. Lo que, en suma, quiero señalar es que tanto un hombre como una mujer pueden tener aciertos o desaciertos en sus gestiones respectivas.
De esta manera, el gesto político de Michelle Bachelet de establecer una paridad entre hombres y mujeres en los más importantes cargos públicos, carece de antecedentes en nuestra historia. Implica e impulsa una plataforma de diálogo social, ubica a la mujer en el lugar igualitario que buscó ese primer feminismo político anclado en el deseo de democracia. Una democracia incuestionablemente deficitaria desde el momento que la concentración dominante ha expulsado a la mujer hacia la periferia y la mantiene como objeto de poder, nunca sujeto.
Desde luego, ya la Presidenta electa explicitó su política par. Ahora le corresponde a la comunidad y, especialmente, a las mujeres multiplicar este gesto desde todos y cada uno de sus espacios. Esta es una urgente tarea política. Un desafío no sólo importante, sino también crucial.
“El gesto político de Michelle Bachelet carece de antecedentes en nuestra historia. Implica e impulsa una plataforma de diálogo social, ubica a la mujer en el lugar igualitario que buscó ese primer feminismo político anclado en el deseo de democracia.
Nación Domingo
Diamela Eltit
Con los nombramientos de su equipo de trabajo, la Presidenta Michelle Bachelet instaló su voluntad de equidad entre hombres y mujeres. Esta decisión histórica marca una pauta nueva de administración del poder no sólo entre sexos, sino también un modelo que inaugura una relación sociopolítica entre mujeres.
Históricamente, la llamada dominación masculina se ha sustentado desde una tecnología que promueve la fragmentación de lo femenino y, más aún, el antagonismo entre mujeres. La cultura le adjudicó a la mujer la envidia como una de sus características “esenciales”. Una envidia operada entre mujeres de manera lineal y múltiple: a la belleza, a la seducción, a la inteligencia, a la juventud, entre otros aspectos. De esa manera, la superficie social instala, como condición recurrente, una competencia agresiva que inevitablemente conduce a quiebres y desconfianzas entre los diversos grupos e impide gestos y gestiones que conduzcan a una solidificación social de la mujer en los espacios públicos.
Por otra parte, el acceso a los sitios de poder (manejados tradicionalmente por lo masculino) agudiza esta fragmentación en la medida que los cupos para mujeres han sido censados y adjudicados por hombres.
No hay que olvidar, sin embargo, que el sistema se sostiene, en parte, gracias a la fragmentación de todas y cada una de las minorías, quienes en su descampado y en situación de acoso rompen sus propias plataformas y, de esa manera, colaboran en la perpetuación de los poderes tradicionales.
En este sentido es frecuente que se aluda a una masculinización en la relación mujer-poder. Sin embargo, este estereotipo es también una falsa construcción, porque, en definitiva, el poder simplemente se ejerce (siguiendo a Michel Foucault) en tanto poder y, por lo tanto, se traza en la elección de formas y métodos contenidos en el mismo ejercicio de poder. De esta manera, la relación mujer-poder puede ser analizada bajo un idéntico prisma que la relación hombre-poder. Lo que, en suma, quiero señalar es que tanto un hombre como una mujer pueden tener aciertos o desaciertos en sus gestiones respectivas.
De esta manera, el gesto político de Michelle Bachelet de establecer una paridad entre hombres y mujeres en los más importantes cargos públicos, carece de antecedentes en nuestra historia. Implica e impulsa una plataforma de diálogo social, ubica a la mujer en el lugar igualitario que buscó ese primer feminismo político anclado en el deseo de democracia. Una democracia incuestionablemente deficitaria desde el momento que la concentración dominante ha expulsado a la mujer hacia la periferia y la mantiene como objeto de poder, nunca sujeto.
Desde luego, ya la Presidenta electa explicitó su política par. Ahora le corresponde a la comunidad y, especialmente, a las mujeres multiplicar este gesto desde todos y cada uno de sus espacios. Esta es una urgente tarea política. Un desafío no sólo importante, sino también crucial.